El hartazgo sereno de una sociedad que ya no se traga nada
Vivimos un momento histórico en el que no hace falta ser de derechas ni de izquierdas para sentir hartazgo. Basta con tener sentido común.
Las últimas noticias que salpican al entorno más cercano del presidente del Gobierno —familia, partido, aliados y decisiones institucionales— ya no sorprenden. Indignan. Cansan. Y sobre todo, alimentan una desafección generalizada hacia la política como instrumento útil para transformar la realidad.
Ahora, incluso voces del ámbito judicial reconocen que los indicios empiezan a apuntar directamente al núcleo de poder de La Moncloa. La lista es ya conocida por todos: rescates multimillonarios bajo sospecha, contratos públicos a dedo, cátedras a medida, aterrizajes diplomáticos sin control, familiares en puestos bien remunerados sin méritos visibles. Un rosario de episodios que, si ocurrieran bajo otro color político, desatarían tormentas institucionales.
El problema no es solo el posible delito. Es la certeza de la impunidad.
Porque mientras los ciudadanos cumplen normas, pagan impuestos y enfrentan las consecuencias de sus errores, quienes gobiernan parecen tener bula permanente.
Y es ahí donde el sistema muestra su grieta más profunda: cuando el Parlamento, que debería fiscalizar al Ejecutivo, actúa como su escudo judicial y político. Si llegamos al punto de que el Congreso bloquea una investigación judicial legítima por conveniencia partidista, no estamos ante un simple abuso: estamos ante una quiebra institucional.
Lo grave ya no es solo lo que pueda haber hecho el actual gobierno. Lo grave es lo que no se va a poder investigar por decisión de los suyos.
España no puede permitirse otro caso de «esto con los míos no pasa». Porque cada vez que se protege a un político por su cargo y no se le exige responsabilidad por sus actos, lo que se protege no es la democracia, sino su caricatura.
Lo más duro es que mientras esto sucede, la ciudadanía convive con listas de espera, hipotecas inasumibles, alquileres imposibles, sueldos que no dan y servicios públicos bajo mínimos. El ciudadano no quiere saber de tecnicismos jurídicos. Quiere saber si puede confiar. Y la respuesta cada día es más clara: no.
Este no es un artículo contra Pedro Sánchez. Es un artículo contra el blindaje de cualquier presidente que use su poder para escapar del control ciudadano.
Porque cuando las instituciones dejan de ser garantes y se convierten en tapaderas, la democracia entra en coma. Y lo más doloroso es que lo hace en silencio. Sin protestas masivas. Sin revueltas. Solo con un murmullo sordo: el de una sociedad que ya no espera nada. Que ya no cree en nadie. Que ha dejado de confiar.
Desde el centro político, desde la sensatez y la exigencia democrática, no se pide venganza.
Se pide justicia, responsabilidad y respeto por el Estado de Derecho.
Y si eso molesta a quienes están arriba, es porque hace demasiado que dejaron de mirar hacia abajo.
Este país merece algo más que bloques enfrentados y discursos de trinchera. Merece una política limpia, valiente, y al servicio del ciudadano. Y si eso no lo ofrece nadie, que no se sorprendan si nace una nueva mayoría, serena y firme, que diga basta.

No responses yet